jueves, octubre 07, 2004

Las existencias sucesivas de una serie de renacimientos no son como las perlas de un collar, que se mantienen unidas gracias a un cordón, el ‘alma’, que pasa a través de todas ellas; más bien son como dados puestos el uno encima del otro formando una pila. Cada uno de los dados está separado, pero sostiene al de arriba, con el que está conectado funcionalmente. Entre los dados no hay identidad, sino condicionalidad.

La base sobre la que los budistas aceptan el concepto de renacimiento es principalmente la continuidad de la conciencia. Tomemos, por ejemplo, el mundo material: a todos los elementos de nuestro universo presente, hasta los más minúsculos, se les puede seguir la pista, según creemos, hasta un origen, un punto inicial en el que todos los elementos del mundo material están condensados en lo que técnicamente se conoce como ‘partículas elementales’. Estas partículas, a su vez, son el estado resultante de la desintegración de un universo anterior. Así pues, existe un ciclo constante en el que el universo evoluciona y se desintegra, y luego vuelve de nuevo a existir.
La mente es muy similar. El hecho de que poseemos algo llamado ‘mente’ o ‘conciencia’ es de todo punto evidente, puesto que nuestra experiencia testifica su presencia. Igualmente evidente es, y también por experiencia propia, que lo que llamamos ‘mente o ‘conciencia’ es algo que está sujeto a cambio cuando se expone a diversas condiciones y circunstancias. Esto nos muestra su naturaleza momento a momento, su susceptibilidad al cambio.
Otro hecho evidente es que los planos más manifiestos de la ‘mente’ o ‘conciencia’ están íntimamente relacionados con los estados fisiológicos del cuerpo y, en realidad, dependen de ellos. Pero tiene que haber alguna base, energía o fuente que confiere a la mente, cuando interacciona con las partículas materiales, la capacidad de producir seres vivos conscientes.
Igual como sucede en el plano material, también la conciencia tiene que tener su continuo en el pasado. Así, si seguimos la pista hacia atrás a nuestra mente o conciencia presente, comprobaremos que estamos buscando el origen de la continuidad de la mente, la cual, de modo similar al origen del universo material, tiene una dimensión infinita; carece de principio, como veremos.
Por consiguiente, tiene que haber renacimientos sucesivos que permitan la existencia de ese continuo de la mente.
El budismo cree en la causalidad universal, en que todo está sujeto a cambio, a causas y condiciones. Así pues, no hay lugar para un creador divino ni para seres creados por sí mismos; antes bien, todo surge a consecuencia de causas y condiciones. Por lo tanto, también la mente, o la conciencia, llega a existir a consecuencia de sus instantes anteriores.
Al hablar de causas y condiciones, hay dos categorías principales: causas substanciales, es decir aquello de lo cual se produce algo, y factores cooperativos, que contribuyen a esa causalidad. En el caso de la mente y el cuerpo, si bien se influyen mutuamente, ninguno de los dos puede convertirse en substancia del otro. Ni la mente ni la materia, aunque mutuamente dependientes, pueden servir de causa sustancial la una de la otra.
Esta es la base sobre la cual el budismo acepta en renacimiento.

[Dalai Lama]

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